Carta uno
Manuela: como aún me encuentro detenida en una propuesta de organza, por la noche entretuve mi corazón usando el seso.
Las disculpas son delicadas en apariencia pero abrasan internamente mi ser. Y no soy suficientemente justa si escribo que explicaré y no alcanzará, consecuencia de este hábito fabulesco que dios me ha otorgado y yo misma he pronunciado. Recurro a tí, querida amiga, la única que terminará por hallarlo certero.
Desde ayer desconozco dónde me encuentro. Amanecí envuelta en lanas polvorientas y bajo la sutil caricia de un gato claro de ojos verdes, un tanto confundidos. Recibí, a la vez, la demanda de un dispositivo que enciende una luz azulada, fría. Suena ininterrumpidamente melodías atestadas de notas bemoles.
Descubrí libros de nuestra estimadísima Jane arrumbados a mi derecha y una suerte de cuaderno con escritos que preguntan cosas llanas, elementales.
Todo bajo la firma de "Elizabeth".
Tengo ansias de responder a algunas de sus preguntas. Aunque ambas escribamos en un lenguaje castellano, el suyo pareciera de otra época, distintivo.
Ruego no respondas a esta carta, con seguridad no encontrará destino.
Por favor, de ser posible escriba a Cameron por el estado de mis libros. Asunto de asaz importancia el insistir por algo de dinero, aunque ya sea pedir demasiado que sean publicados.
Evada la respuesta que ya sabe al caballero que impaciente pide una definición a lo que no haya aún conformidad en mi corazón.
Adiós y espero me recuerde aún como su afectuosa fiel y seguidora.
J.