La vista gorda.
Mi mamá me contó que mi maestra de jardín llamó tres veces a mi casa cuando yo era chiquita.
La primera para avisar que estaba poco estimulada.
La segunda para avisar que no jugaba a las muñecas.
La tercera porque lloraba mucho.
No hubo cuarta que acuse algún cuestionamiento siquiera de esas claras consecuencias.
En retrospectiva, pienso que qué lástima.
Aunque sé que aún seguiría llorando.