Cuándo Ceci le preguntó a él por tercera vez si no le cebaba unos mates a Lucila no le preocupó. Su novio estaba delante de ella y al lado de él pegado estaba Cecilia, a los que ellos dulcemente y con previo conocimiento apodaban Ceci.
Ceci era de esas mujeres que se recuerdan por rubias y tetonas. Sus tetas dejaban a entrever un pasado gordo y gelatinoso.
Ramiro, el novio de Lucila, fué y cebó esos mates.
Al acomodarse nuevamente en la silla miró de reojo a Ceci y le dijo que se corra un poco para el otro lado.
Correte un poco para el otro lado, estás re encima.
Así le dijo.
Lucila observaba sutilmente las tetas de Ceci que se movían como un flan cada vez que se reía frenéticamente.
Ramiro trataba de disimular el rechazo que le generaba esa risa escupidora de migajas y pedacitos de yerba. Sentía el pasado pesado que caía sobre ese cuerpo que lo acorralaba desde la derecha.
Lucila que conocía mucho a su novio se sentía un tanto incómoda, nunca le pasaban ni un mate y podía darse cuenta de la actitud que tenía en solapada Ramiro.
Cuando Ceci se rió estrepitosamente de un chiste que se había hecho, una profunda inspiración de aire le hizo estallar el corpiño con tan mala fortuna que uno de sus breteles con ganchito metálico fué a impactar a uno de los ojos de Ramiro, quién parándose de un salto y tirando parte del mate al piso dijo que Ceci era una estúpida.
Pero si serás estúpida piba.
Así le dijo, y se volvió a sentar viendo como Ceci agarraba un trapo de mala gana y se lo restregaba por la entrepierna.
Lucila que observaba con el ceño fruncido, empezó a sentir un calor ya conocido en sus orejas que de pronto se extendió por sus cachetes hasta terminar en su boca volviéndosela aún más roja.
Al cabo de unos segundos reconoció esos sentimientos como unos profundos celos.
Celos.
Celos de todo el amor desconocido que fluía cándida y bondadosamente en ese mismo momento, en otras partes del mundo.



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