Celina había cambiado el horario de trabajo en la oficina. Estaba dispuesta a salir más tarde de una zona peligrosa como lo es Caseros con tal de no aguantar a sus compañeros. Su vida iba en eso. Disfrutaba de esa soledad, la belleza de llegar y poner la pava para el té sola.
Ese día había quedado con Federico que la pasaría a buscar cerca de las 19.30. El contraste del colectivo en pleno verano con la posibilidad de que la camioneta de su novio venga hacia ella la hizo sentir más apacible que nunca. Así colocó el saquito de té, con absoluta tranquilidad.
Se sentó en la comodidad de su silla de escritorio, y se ubicó frente a la computadora.
Le gustaba su novio, pensó.
Celina tenía tres redes sociales, de las cuales abría todas en el computador. Tres maneras de contacto, "por si pasa algo", pensaba.
A termino de las contraseñas consiguió concentrarse para empezar a trabajar. Un instante de claridad la detuvo e hizo que mire por la ventana y recuerde su celular. Se agachó a buscarlo en su mochila y lo colocó lo suficientemente pegado a su mano izquierda, entre la computadora y la taza de té porque consideraba que ese era el orden en importancia, aunque sabía que de no ser por la imposición del computador primero estaría el celular. Tenía que trabajar.
Pasados unos minutos decide mirar el teléfono. Su novio le había enviado tres mensajes, una imagen de un mono con la cara del presidente, una imagen de un mensaje encriptado  que acababa diciendo "Gorila botón" y un texto pequeño que le preguntaba que quería cenar.
Celina vivía con el hace un año y tres días y medio. Aproximadamente.
Le gustaba su novio.
Respondío que cualquier cosa, que estar con él justificaba cualquier comida, por más que esta sea un plato de fideos con queso, comida que Celina detestaba.
Imaginó a Federico reir y siguió trabajando.
Jajaja le respondió su novio al cabo de unos minutos, y luego un emoticón. Celina un corazón.
Cuando se hizo el horario de salida, sintió la bocina y un mensaje de Facebook y Wassup le avisaba que ya estaba abajo. Ahí bajo pipo, escribió.
Sintió en su pecho bombear con emoción más sangre que antes y un nudo en el estómago que le daba ganas de ir al baño.
Cerró todo y se dispuso a bajar. Un pitido y una luz hicieron que interrumpa la acción de descenso, había optado por la escalera para hacer más rápido y aparte el ascensor se rompía todo el tiempo. Además, los de reparación estaban de vacaciones, lo decía un cartel.
Visualizó los mensajes de su novio en su celular, y se rió. En la penumbra del lugar, solo estaba ella iluminada e inmovilizada en ese momento. Se encontraba toda bañada de azul y si algún vecino abría decididamente la puerta la verían lo más similar a un pitufo moviendo sus dedos con rapidez. Respondió como pudo, mientras la mochila y la bolsa hacían fuerza de gravedad. Mierda, pensó.
Rió nuevamente por la agilidad de respuesta, por la prontitud, por el ingenio. Brindó dentro de ella un cumplido de gratitud. Luego siguió bajando.
Al llegar a la puerta lo vió, ahí estaba Federico despeinado.
Hola, le dijo mientras terminaba de abrir la puerta.
Cerraba.
Hola,dijo Celina.
Ambos se miraron y se reconocieron una vez más.
Y sin un beso subieron a la camioneta, sin mediar palabras.

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